Cada loco con su tema
En la oscuridad las sombras se
tornaban tenebrosas, aquel candelabro cubierto de
telarañas daban indicio al descuido de toda la mansión, la
luz de las velas empeoraban
la sala de estar y los sonidos roncos causados por Román
producían eco, en aquella propiedad de José c paz. Los ruidos chirriantes de
las escaleras viejas de madera se confundían con el chillido de una rata. Pero
no importaba que tan descuidado estuviera, que sonidos produjera o que
espeluznante fuera el lugar, Román estaba acostumbrado, y parecía hasta complacerle vivir en ese lugar.
Qué podría molestarle a ese hombre,
qué podría causarle temor, si se crío en soledad en esa mansión, si no tuvo
experiencia en el amor; lo único que demostró amar, era tocar el órgano. Sus
melodías tristes acompañaban el entorno del lugar, su espalda recta, sus manos
ágiles, eran perfectas para tocar el órgano; su pelo rojizo oscuro y su nariz
perfectamente respingada , lo hacían un hombre apuesto.
Se lo que piensan, ¿De qué vivía?
púes bien no lose, pocas veces lo veía salir, pero a la media hora, volvía con
el diario bajo el brazo conduciéndose hacia su hogar, sí aquella mansión podía
decirse hogar. Yo solía sentarme en la vereda de mi casa y lo observaba, mi
casa perfectamente puesta en frente de la suya, me permitía observar con cierto
privilegio.
Les contaré la historia de Román…
Román no siempre fue un hombre de
esconderse ante el mundo, ante la luz del día. Si bien, el se crío en aquella
mansión, su padre lo acompaño hasta lo 11 años de edad, luego él se embarco en
el año 1982 para defender las islas Malvinas de los ingleses. Él falleció
en la guerra. Su madre tuvo la desgracia
de morir en el momento de dar a luz. Al no tener más familia Román quedo en
soledad. Nadie intervino en la vida de aquel joven, excepto yo. Todas las mañanas,
dejaba sobre el porche de su casa, una taza de chocolatada tibia y dos panes
con manteca. Pocas veces los tomaba, pero me resultaba satisfactorio ver como
dejaba la taza vacía nuevamente sobre el porche.
Cuando él cumplió los 19 años de
edad, decidí acercarme con el fin de acabar con su soledad. Más de una vez me
rechazo y la última digamos que hubo una mala experiencia; es inexplicable la
agresividad y la fuerza de Román.
Solía ignorarme cada vez que le
tocaba el timbre en su casa, las persianas permanentemente bajas daban el
aspecto a que nunca estaba. La última vez salió, su cara transformada, sus
brazos tensos y sus ojos sobresaltados, me asustaron no lo niego. Tome aire,
junte coraje y le dije casi susurrando un “hola”. No pronunció una palabra,
pero su mirada me persuadió y sus manos tomaron las mías. Deje que las
tomara. Comenzó a apretarlas. Empecé a
temblar. No las soltaba y cada vez presionaba más. Se me escapó un grito. Se me escapó una
lágrima. Al ver mis ojos llorosos, me soltó de pronto, se miró las manos y su
cara reflejo estar sorprendido con una pizca de decepción. Yo me fui de
inmediato. El entro a su casa.
En ese momento entendí que algo lo
hizo reaccionar, ¿Mis lagrimas tal vez? En ese momento no lo supe.
Pasaron días, que se transformaron en
semanas, semanas transformadas en meses, meses eternos que no llegaban a su
fin. Desde ese día no lo vi salir más.
Una mañana me levante, el sol aún no
salía en época de invierno. Me sorprendí y mi sonrisa matutina se desvaneció al
ver, una ambulancia y varios patrulleros que no tuve intención de contar. Me
acerque temblorosa hacia la Srita. Stoshanoft , que en ese momento estaba
dando declaraciones, ella era una mujer cerca de los 70 años, ubicada al lado
de la casa de Román. Por lo que logre escuchar, ella había denunciado un aroma
nauseabundo que provenía de aquella mansión tenebrosa.
El aroma era el cuerpo en
descomposición de Román, que vaya a saber cuando falleció; al poco tiempo, me
informé que no falleció, sino que se suicido, no se como, no quise
averiguarlo. Pero no es todo, nada era
suficiente para el marco terrorífico que tenia la vida de ese hombre; dejo una
carta, dedicada. Que los detectives forenses no estaban permitidos a leer. La
dedicatoria era para Elizabeth Juárez. Al
oír aquel nombre, recitado y rectificado por el detective forense; mi
cara se transformo, mis piernas se aflojaron, sentí como me bajo la presión y
con voz temblorosa logre decir “esa soy yo”.
No sabría explicarles, lo que causo
en mí, leer esa carta. Sería preferible que la lean por ustedes mismos.
“Querida Elizabeth…
No diré que
eres la causante de que me suicidara, no diré siquiera de que fuiste un motivo.
Quiero que razones bien cada palabra que leas, cada motivo oculto de mis
reacciones y forma de ser; te las explicare. No soy de escribir y como te
imaginas apenas se comunicarme con una persona.
El día en que
te tome las manos, fui impulsivo y no tome conciencia de mis actos, al ver
lágrimas brotar de tus ojos, me transporto automáticamente al día en el que mi
padre se despidió de mí, al último día que me abrazo, que me tomo las manos y
me dijo que me amaba, que él iba a volver. Fue la primera vez que vi llorar a alguien, ese día no supe como
reaccionar y una avalancha de sentimientos recorrieron mi cuerpo. ¿Cuáles? No
sabría explicarlos. Solo se que al ver tus ojos iluminados, me recordaron a los
ojos de mi padre.
Medite días
enteros, me realice preguntas que jamás me había hecho. Pero no tuve respuestas
para todas. Me arrepentía de mis actos, de mi forma de actuar, de vivir la
vida de mi forma de verla también.
Me sentí
obsoleto.
Rectifico que no
fue tu culpa.
Decidí suicidarme, para tener la
oportunidad de nacer de nuevo, y vivir la vida como debe ser. No fuiste la
causante, pero digamos que quiero volver a disfrutar de más chocolatadas.
Tal vez no
entiendas mi metáfora, pero en fin; uno siempre sabe que, cada loco con su
tema.
Gracias…
Atte: Román Pazzarino.”
Decir que solté un llanto
inexplicable sería poco. Pero al releerla, me di cuenta que murió con la
esperanza de vivir una vida mejor. Seguí mi vida sin interrupciones, con la
ilusión de que al renacer Román de nuevo, sea el niño que espero en mi vientre.
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